domingo, 23 de febrero de 2014

"Las torres de Sancho" de Toti Martínez de Lezea. Magnífica

Una de las mejores autoras de novela histórica de España, si no la mejor, es Toti Martínez de Lezea, y de vez en cuando me apetece leer alguna de sus novelas para disfrutar. Y a fe que lo he conseguido una vez más con esta "Las torres de Sancho" que se sitúa en el reinado de Sancho III Garcés el Mayor de Pamplona. Una auténtica delicia.

Autor:

(de su página web)

TOTI MARTÍNEZ DE LEZEA. Nací en Vitoria-Gasteiz hace ya un montón de años y fui una niña muy movida, ¡y muy charlatana! Lo cual sigo siendo, por cierto. No muy brillante en mis estudios, todo hay que decirlo, pero sí nadadora de competición, que no se me daba nada mal. Estoy casada desde hace 41 años. Alberto y yo tenemos dos hijos, un yerno y una nieta. Ah, y mi madre tiene noventa, muy buena salud y la cabeza en su sitio.

También era, y soy, lectora compulsiva. La lectura del Diccionario Mitológico de don José Miguel de Barandiaran me llevó tiempo después a reescribir las leyendas vascas que más me gustaban, Leyendas de Euskal Herria / Euskal Herriko Leiendak. Y las obras de Alejandro Dumas y Victor Hugo me adentraron en la novela de género histórico, que me atreví a emular siendo ya una señora… mayor.

Tuve la suerte de tener unos padres avanzados a su tiempo, que decidieron enviarme a estudiar a Francia, Inglaterra y Alemania, donde saqué los títulos que luego me permitieron trabajar como traductora técnica durante un buen número de años.

Pero soy una persona inquieta y, cuando mi marido y yo nos asentamos con nuestros hijos en la villa de Larrabetzu, juntos creamos un grupo de teatro, y luego otro. Después empecé a trabajar en la ETB, la televisión vasca, con un pequeño programa de 10′. Cinco años después, dirigía un programa de hora y media. Hasta que me echaron.

Volví a las traducciones y fue cuando hice una apuesta con un amigo a que era capaz de escribir una novela. Escribí La Abadesa, y gané la apuesta. Pero la guardé, e inicié un nuevo trabajo, La calle de la Judería, que envié a varias editoriales, y me la devolvieron. Así que me puse a escribir otra novela, ya que me resultaba un placer inmenso. En el interim, la editorial Ttarttalo aceptó publicar La calle de la Judería. A partir de ahí fueron viendo la luz Las torres de Sancho, La Herbolera, Señor de la guerra, Los hijos de Ogaiz y La Brecha, ¡y dejé las traducciones!

Por eso de probar algo nuevo, acepté la propuesta de la editorial Maeva para publicar en su sello. Con Maeva han salido La Abadesa, La voz de Lug, La Comunera, El Verdugo de Dios, A la sombra del templo, El jardín de la Oca, y La Universal, además de dos chuflas que disfruté escribiendo: Los grafitis de mamá y Placeres Reales.

Por si no tuviera suficiente, acepté escribir un libro con Ángeles de Irisarri, Perlas para un collar, una serie de narraciones cortas sobre mujeres cristianas, judías y moras en los reinos medievales de la Península, que editó la editorial Suma de las letras.

La editorial Erein me propuso reeditar el libro de las leyendas, y acepté. De paso, también me ha publicado La cadena rota, La flor de la argoma, Veneno para la corona y la serie de historias para niños de entre 7 y 12 años, NUR. Y Brujas, un ensayo sobre la brujería en general y vasca en particular, ilustrado maravillosamente por Juan Luis Landa, quien también es el ilustrador de los cuentos de NUR y de las leyendas.

El último trabajo, Mareas / Urak dakarrena, ha salido con la editorial Ttarttalo. Se trata de 35 historias, de 35 mujeres, en 35 pueblos de la costa vasca a lo largo de veinte siglos. Creía que iba a ser pan comido, pero ha resultado un trabajo bastante denso, y del cual estoy muy satisfecha.

Además de escribir, doy charlas por aquí y por allá, y suelo colaborar con los medios de comunicación cuando me lo solicitan.

Datos técnicos:

Título: Las torres de Sancho
Autor: Toti Martínez de Lezea
Editorial: Maeba
Colección: Embolsillo
Encuadernación: Tapa blanda
Dimensiones: 12,5 x 19 cm
Páginas: 445
Fecha de publicación: septiembre de 2005 (junio de 2011 para esta edición)
ISBN: 9788415140528
Precio: 10,00 euros

Sinopsis:

A comienzos del año 1000, Sancho III Garcés el Mayor heredó de su padre el reino de Pamplona. Por alianzas matrimoniales, herencias y conquistas, a su muerte sus posesiones abarcan un vasto territorio que legó a sus cuatro hijos varones: Ramiro, García, Fernando y Gonzalo. Dos generaciones más tarde, los reyes de los tres reinos hispano-cristianos Sancho IV Garcés de Navarra, Alfonso VI de Castilla, León y Asturias y Sancho Ramírez de Aragón eran nietos suyos. La ruta de Santiago, la reforma de los monasterios, el cambio del rito godo al romano, las disputas territoriales, la ambición y el amor se entremezclan con personajes reales y de ficción en esta apasionante novela.

Mi opinión:

Ya lo he dicho con anterioridad. Toti Martínez de Lezea es una de las más importantes autoras de novela histórica en España. Su prosa es excelente y la narración resulta muy amena. En mi opinión, es una novela que nos da una interesante visión de una época medieval poco conocida por la mayoría. Nos ofrece, aunque de forma novelada, datos importantes sobre cómo se vivía o cómo se gobernaba en una época convulsa en la que los parentescos no tenían importancia a la hora de conseguir el poder.

Además, y lo veremos un poco más abajo, una gran corrección lingüística sin errores ortográficos graves. En definitiva, una gran novela que merece la pena ser leída y que recomiendo vivamente.

Errores, gazapos y otras cosas:

1. Pag. 168. Dice "... en, repetidas ocasiones,". Debería decir "..., en repetidas ocasiones,". Seguro que es una errata.
2. Pag. 355. Duce "ella había sido dejado de ser la manceba real". Debería decir: "ella había dejado de ser la manceba real". Errata

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martes, 18 de febrero de 2014

Vega cumple treinta y tantos...

Pues sí, mi querida Mercedes, «Bebes», cumple años. Hoy 18 de febrero cumple treinta y cinco. Esos treinta y tantos que dice en su canción. Y los cumple en plena madurez como artista. Sigue siendo delgada, pequeña e incluso a veces puede parecer frágil. Llorona y sensible, rebelde y comprometida... VEGA.

La última vez que nos vimos le dije que ya no me sorprendía cuando aparecía un nuevo disco. Se sorprendió porque tal vez no entendió lo que quería decir. Y, querida estrella, lo que quise decirte es que no me sorprende lo que escucho porque sé que cada disco es mejor que el anterior, más compacto, más elaborado, con mejores letras y con incursiones en lugares donde antes no osabas entrar. Eso quería decir, que has crecido tanto que si no fuera por cómo está el negocio de la música podrías perfectamente estar instalada entre los más grandes.

Mi sueño, lo confieso, siempre fue verte en el Bernabéu, con ochenta mil espectadores cantando y vibrando con cada una de tus canciones. Creo que alguien como tú, con tu clase. se lo merece, y no porque seas mi amiga, no porque te tenga el cariño que te tengo, y que te tendría igualmente si dejaras de cantar. Es porque eres, como también te dije en otra ocasión, condenadamente buena. 

Feliz cumpleaños, Mercedes. Espero que cumplas muchos más y que a pesar de todas las piedras del camino, cada vez mas y más grandes, poder disfrutar de tu música y de ti. No cambies, sigue mejorando cada día y demuestra lo grande que eres. Que cada 18 de febrero seas un poco mejor cantante y un poco mejor autora. Lo demás ya lo tienes...

¡Felices treinta y tantos, estrella!

domingo, 16 de febrero de 2014

"El coronel no tiene quien le escriba" de Gabriel García Márquez. ¡Por fin!

En esta entrada debo reconocer que Gabriel García Márquez siempre fue un autor que se me atragantó. Empecé varias veces sus libros y jamás conseguí acabarlos. Este año me animé a apuntarme al reto propuesto por el blog O meu cartafol dedicado a autores eternamente pendientes, y uno de esos autores para mí era García Márquez. Es corta la novela, pero por fin he conseguido concentrarme y terminarla.

Autor:

(de la web Biografías y vidas)

Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena), el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando Gabriel sólo contaba con cinco años, a la población de Sucre, donde don Gabriel Eligio montó una farmacia y donde tuvieron a la mayoría de sus once hijos.

Los abuelos eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días, le contaba al pequeño Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, se la pasaba siempre contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.

Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba, le daban ganas de besarla: le inculcó el gusto de ir a la escuela, sólo por verla, además de la puntualidad y de escribir una cuartilla sin borrador.

En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre, de donde salió para estudiar interno en el colegio San José, de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico, triste. Permaneció siempre con un enorme saco de lana, y nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.

Sin embargo, a las historias, fábulas y leyendas que le contaron sus abuelos, sumó una experiencia vital que años más tarde sería temática de la novela escrita después de recibir el premio Nobel: el recorrido del río Magdalena en barco de vapor. En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera". Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era "el profesor ideal de Literatura".

En los años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.

En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá a estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y donde se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoce casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".

El estudio de leyes no era propiamente su pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor, pues el 13 de septiembre de 1947 se publicó su primer cuento, La tercera resignación, en el suplemento Fin de Semana, nº 80, de El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda (Ulises), quien en la presentación del relato escribió que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las ilustraciones del cuento estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.

En la Universidad Nacional permaneció sólo hasta el 9 de abril de 1948, pues, a consecuencia del "Bogotazo", la Universidad se cerró indefinidamente. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El Universal.

A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.

Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de "La girafa" y firmada por "Septimus".

En el periódico barranquillero trabajaban Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se reunía a diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos Passos, Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en la de García Márquez, como él mismo reconoció en su famoso discurso "La soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982: William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que, además, no son de su predilección: él prefirió y prefiere contar historias.

En esa época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en un sitio mitológico en el que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.

También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos, edificio de cuatro pisos, ubicado en la calle del Crimen, que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos, los borradores de La hojarasca, y le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".

Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.

A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde él se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor de los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta metros.

En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán Durán.

Duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y cultura colombianas: desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García Márquez publicó dos trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955), y El coronel no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito comenzaron las cosas".

En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje, por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla, por lo que las directivas de El Espectador decidieron que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde el papa Pío XII aparentemente agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.

Cuatro años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía enviar pero que demoraba debido a las dificultades del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta oficial que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Además, fue corresponsal de El Independiente, cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima Cromos.

Su estancia en Europa le permitió a García Márquez ver América Latina desde otra perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos, y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían en la ciudad luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.

A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En marzo de 1958, contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacieron dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en Élite.

Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los cubanos exiliados y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno de ese país le denegó el visado de entrada, porque, según las autoridades, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, le dieron un visado, aunque condicionado.

Recién llegado a México, donde García Márquez ha vivido muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) publicó en las revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en un cuento del mismo nombre escrito por Juan Rulfo, y que García Márquez adaptó con el también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana con La mala hora.

Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que durante 17 años venía rumiando: consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina y durante 18 meses seguidos trabajó ocho y más horas diarias, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.

En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es el tiempo cíclico, en el que suceden historias fantásticas: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, se cuenta de manera insuperable la historia colombiana desde después del Libertador hasta los años treinta del presente siglo. De ese libro Pablo Neruda, el gran poeta chileno, opinó: "Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado concepto se ha dicho todo: el libro no sólo es la opus magnum de García Márquez, sino que constituye un hito en Latinoamérica, como uno de los libros que más traducciones tiene, treinta idiomas por lo menos, y que mayores ventas ha logrado, convirtiéndose en un verdadero bestseller mundial.

Después del éxito de Cien años de soledad, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana. Durante las tres décadas transcurridas, ha escrito cuatro novelas más, se han publicado tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción periodística y narrativa.

Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo después de casi 23 años reanudó sus colaboraciones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre ha colocado un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez considera de buena suerte. Un vigilante autorretrato de Alejandro Obregón, que el pintor le regaló y que quiso matar en una noche de locos con cinco tiros del calibre 38, preside su estudio. Finalmente, dos de sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo, murieron, cumpliendo cierta predicción escrita en Cien años de soledad.

En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió en México una noticia que hacía ya mucho tiempo esperaba por esas fechas: la Academia Sueca le otorgó el ansiado premio Nobel de Literatura. Por ese entonces se hallaba exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 había tenido que salir de Colombia, ya que el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la revista Alternativa, de corte socialista.

La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo, los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con Graham Greene y Gunther Grass.

Dos actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez: a la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquiliqui de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Con el discurso "La soledad de América Latina" (que leyó el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y ante cuatrocientos invitados y que fue traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias por el continente. Dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición frente a las Américas, y se han quedado tan sólo con la carga de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo. Sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte.

El discurso es una auténtica pieza literaria de gran estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de personalidad nacionalista, de fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo total, integral, afecta todos los elementos de la vida latinoamericana. Por lo tanto, los escritores de esta parte del mundo deben estar comprometidos con la realidad social total.

Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Además, adelantó una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a propósito de la cual el Nobel colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".

Desde que se conoció la noticia de la obtención del ambicionado premio, el asedio de periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se multiplicaron. Sin embargo, en marzo de 1983 Gabo regresó a Colombia. En Cartagena lo esperaban doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.

Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero, quizás, una de sus más valientes actitudes ha sido el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al bloqueo norteamericano, que ha servido para que otros países apoyen de alguna manera a Cuba y que ha evitado mayores intervenciones de los estadounidenses.

Tras años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicación de esta obra supuso un acontecimiento editorial, con el lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países hispanohablantes. En 2004 vio la luz su novela Memorias de mis putas tristes.

Datos técnicos:

Título: El coronel no tiene quien le escriba
Autor: Gabriel García Márquez
Editorial: RBA Editores
Colección: Historia de la Literatura
Encuadernación: Tapa dura
Dimensiones: 12 x 21 cm
Páginas: 140
Fecha de publicación: 1961 (1995 para esta edición)
ISBN: 9788447303829
Precio: 9,00 euros

Sinopsis:

El título resume prácticamente el argumento de esta novela de Gabriel García Márquez, publicada en 1961. El coronel (su nombre y apellidos nos son desconocidos, pues el autor siempre lo llama "el coronel"), hombre de buena fe y bastante ingenuo, vive en su pueblo esperando recibir el aviso de que le han concedido la pensión a la que tiene derecho por haber servido en su juventud a las órdenes de Aureliano Buendía (que será uno de los personajes más recordados de Cien años de soledad).

La espera dura desde hace quince años, durante los cuales el coronel no ha dejado de ir a contemplar todos los viernes la llegada de la lancha que trae el correo y la distribución del mismo, llevándose cada vez una decepción.

En el transcurso del último año, desde que su hijo Agustín murió acribillado a balazos mientras repartía propaganda clandestina, el coronel y su esposa, enferma de asma, se han visto obligados a vender los pocos objetos de valor que tenían para poder subsistir. Subsistir ellos y el gallo, animal de pelea, herencia de su hijo, por cuya culpa éste murió, según afirma la madre, pues fue en la gallera donde lo mataron.

Pero para las peleas, en las que esperan poder ganar mucho dinero, aún falta tiempo, y la situación es cada día más angustiosa. Enterado el coronel de que por la venta del animal puede obtener hasta novecientos pesos, decide venderlo. Pero cuando lo ve actuar en los entrenamientos siente que no puede desprenderse de él y renuncia a su venta.

Ante las protestas de su mujer, que alega la posibilidad de que el gallo sea vencido y no ganen un peso, y ante la pregunta de ella: "Dime, qué comemos", el coronel responde: "Mierda", palabra con la que termina el relato. La narración, muy corta (no llega a las cien páginas de letra grande) tiene un argumento muy sencillo. Lo que confiere calidad a la obra es la descripción de su tipos: el coronel, su esposa, el médico, don Sabas (el hombre más rico del pueblo). También el ambiente, mitad real, mitad fantástico, que impregna toda la obra de García. Márquez, le confiere una atmósfera de sutil poesía.

Mi opinión:

Es difícil para mí leer a García Márquez. No me llega su prosa, no sé por qué. Técnicamente es casi perfecto, sin grandes errores, y la historia, llena de crítica, no me engancha, y es por cómo se expresa. Sé que para muchos será un sacrilegio, pero sigo, después de haber completado la lectura completa de una de sus obras, sin cambiar de idea.

Siendo una obra corta, ni siquiera es dinámica. Denota tranquilidad, casi desesperante, y parece mucho más larga de lo que es, pareciendo que cada página se convierte en varias. Definitivamente, tendré que intentar leer más libros de este autor para ver si logro encontrarle lo que todo el mundo dice que tiene de bueno.

Errores, gazapos y otras cosas:

Sólo uno pero significativo:

Pag. 67. Dice "baho". Debería decir "vaho". Espero que sólo sea una errata, pero...


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Para celebrar los 100 seguidores, el blog Asteroide B612 nos propone un sorteo en el que el ganador se llevará un ejemplar de "El dios de Darwin" de Sabina Berman. Si quieres participar, pincha aquí para acceder a las bases.



Sorteo sorpresa en el blog Yurika Sekai

El blog Yurika Sekai está de sorteo y es un sorteo sorpresa. Si quieres participar, pincha en este enlace para acceder a las bases.

Sorteo #4 del blog Stríndice

Sorteo en el blog Strindice. Se ponen en juego 4 ejemplares de "En secreto" de Noelia Aliaga. Si quieres participar, pincha en este enlace para acceder a las bases.

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Sorteo exprés "El sol bajo la seda" del blog Libros que voy leyendo

Nuevo sorteo en el blog Libros que voy leyendo. El ganador se llevará un ejemplar de "El sol bajo la seda" de Éric Marchal. Si quieres participar, pincha en este enlace para acceder a las bases.

domingo, 9 de febrero de 2014

"Al morir don Quijote" de Andrés Trapiello. No me enganchó

Fue mi regalo del bloguero invisible y me propuse leerlo cuanto antes. Me gustan los libros que hablan de libros, y tenía curiosidad por saber qué imaginaba Trapiello que pasó con los personajes que quedaron huérfanos tras la muerte de don Quijote. Y la verdad es que sin defraudarme del todo, no me ha enganchado este libro.

Autor:

(de su página web)

Nací el 10 de junio de 1953 en La Vega de Manzaneda, a dos kilómetros de Manzaneda de Torío y a veinte, al norte, de la ciudad de León. Mi padre, Porfirio García (1917-1998), trabajaba en La Vega en una finca comprada diez años antes por mi abuelo, quien se trasladó con el resto de su familia y desde Santa María de Ordás a León. Allí, en los que aún eran los arrabales de la capital, construyó una casa en la avenida del 18 de Julio, que antes se había llamado del 1º de Mayo, y abrió una tienda de “ultramarinos y coloniales”. Mi padre y mi madre, Laura Trapiello (1921), se conocieron en Manzaneda, donde ella vivía con su madre, su padre, maestro de escuela, y su hermano, el cura del pueblo. Se casaron en 1944 y vivieron en La Vega hasta 1955. Pese a las circunstancias, (vivir aislados, gobernar una finca demasiado grande y estar acosados de continuo por el maquis, que sabía que mi padre había hecho toda la guerra como voluntario en una bandera de Falange), parece que los años de La Vega fueron los más felices de su vida, por sentirse él un hombre de campo y acaso por ser los únicos en los que conoció cierta autonomía, lejos de su madre. En esa fecha, 1955, mi abuelo, ya por entonces metido a tratante de solares y rentista, vendió La Vega a unos belgas. Ese año mis padres se trasladaron con sus siete hijos (aun tendrían dos más), a la casa de la calle del 18 de Julio, donde mi abuelo le puso al frente de la tienda, en la que trabajó con mi madre hasta su jubilación, en los primeros años ochenta.

Pese a los muchos trabajos que tuvimos que hacer desde niños y que hoy se antojarían inapropiados y crueles, mi infancia la recuerdo más o menos feliz. Un verdadero acontecimiento en ella fue la irrupción de César Trapiello, el cura. Había sido sargento provisional en la guerra y a finales de los cuarenta o principio de los cincuenta ya había publicado unos tebeos, Las aventuras de Tiburcio y Cogollo, muy tintinescos, que me aprendí de memoria. A mediados de los años cincuenta era profesor de dibujo en el seminario y periodista en el clerical Diario de León, muy influyente en la provincia, así como capellán del hospicio viejo. Allí íbamos a visitarlo las tardes de los domingos. Vivió en aquel caserón sombrío, y ya por entonces deshabitado, hasta la muerte de mi abuela, en 1959, cuando se vino a vivir con nosotros. El acontecimiento, en realidad, fue la pequeña biblioteca que trajo consigo. Hasta ese momento en mi casa sólo había dos libros, uno sobre el curtido de pieles y otro de apicultura, que fueron con la de la pesca, las grandes aficiones de mi padre, y unos cuantos fascículos de la Historia de la Cruzada con los dibujos de Valverde y Sáenz de Tejada, que me admiraban. Sus libros venían envueltos con los de un tío suyo, tío abuelo mío, por tanto, José Trapiello, inspector de enseñanza y poeta modernista, muerto prematuramente y de quien he encontrado en revistas de la época algunos poemas a lo Nervo. La edición que conservo de los Cantos de vida y esperanza era la suya. Sin los folletones de Julio Verne, el Oliver Twist de Dickens o los amenísimos tomos de La Esfera, entre otros tesoros, mi infancia habría resultado mucho más aburrida.

Mi cometido de ayudarle como monaguillo en la misa que decía a diario a las ocho de la mañana en la Maternidad de León, de la que también era capellán, y en los bautizos que se celebraban allí cada tarde, duró de mis ocho a mis diez años, y luego algunos veranos más. A esa Maternidad, dependiente de la Diputación Provincial, iban a dar a luz muchas chicas solteras de la provincia, a menudo en condiciones penosas, maltratadas y repudiadas por sus parientes. Al no tener a nadie a quien recurrir como padrinos o testigos, mi tío solía echar mano para las partidas de bautismo del nombre del monaguillo y el de alguna enfermera o monja. Así es como figura el mío en cientos de partidas de bautismo de criaturas a las que nunca he vuelto a ver. Uno de los alicientes del oficio de monaguillo era la mesada: una peseta al día por la misa, más las propinas de los bautizos. Con aquel dinero compré mi primer libro, la edición del Quijote de Edelvives para escolares, con las ilustraciones de Doré. Tenía ocho o nueve años. Leer en mi casa, no demasiado grande y bastante agitada y ruidosa a todas horas, no fue nunca fácil. En ella había un pequeño desván, al que se accedía por una escalera de madera empinada y peligrosa y al que teníamos prohibido subir, pero fue allí donde empecé a dar cuenta de ese y de otros muchos de los libros que sacaba de la biblioteca de mi tío. Era un lugar especial, angosto, abuhardillado y mal iluminado en el que se guardaban trastos y baúles, así como la matanza, curada y ahumada allí mismo con astillas de roble. Para mí los cientos de horas pasadas en él fueron lo más parecido al paraíso, porque fueron las únicas a las que pude llamar por primera vez y verdaderamente solitarias.

En 1963 empecé a estudiar el bachillerato en el colegio de la Virgen del Camino, de los dominicos, donde ya estaban internos tres de mis hermanos. La vida en ese colegio, a siete kilómetros de León y durante seis años, es para contada aparte, pero puedo decir que hubo en ella más bueno que malo. Después del preuniversitario, que estudié con los maristas de Palencia, estuve trabajando dos meses como camarero en la hospedería de la Sainte Beaume, un monasterio medio hippy de moda entonces en Francia, cerca de Marsella, adonde llegué solo, tras una semana de autostop, desde León, y a finales de 1970 entré como novicio en el convento de Santo Domingo, en Caleruega, Burgos. De allí me expulsaron dos meses más tarde por “falta notoria de espiritualidad y descreimiento general”, después de que el maestro de novicios leyera mi “novela”. Se llamaba así, “La novela”, ignoro por qué razón, al escrito de quince o veinte folios que se les pedía a los aspirantes y cuya finalidad era informar al maestro de las peculiaridades de cada uno de sus pupilos. En él tenía uno que contar su vida y las razones por las que quería hacerse fraile. No es exagerado, por tanto, considerarlo mi primer fracaso literario.

A esa expulsión siguió una segunda, tres meses después, cuando mi madre me encontró cinco números de Mundo Obrero debajo de la cama. Aquel descubrimiento en la casa de un falangista causó una gran alarma y muchas voces, pero por otra parte resultó providencial, ya que al echarme de casa, mi padre me arrojó también en brazos de la muchacha que me los había pasado. Era una prima mía, que vivía en Madrid, cinco años mayor que yo, y a la que había conocido esa Semana Santa. Pasé en Madrid cinco meses en los que hubo más malo que bueno. La costumbre de leer y escribir poesía, empezada un año antes bajo el magisterio de Bécquer, Antonio Machado y Unamuno (Juan Ramón vino luego), me consoló en unos meses que resultaron al final, para un joven que aún no había cumplido los dieciocho años, bastante amargos. Viví un tiempo con unos anarquistas en Carabanchel Alto y luego, de pensión, con una anciana, cuyo marido no había logrado salir vivo de la cárcel después de la guerra, vendí productos de limpieza y libros por las casas y por la calle, pegué carteles de procuradores a Cortes y durante unas semanas corrí biblias de lujo por los clubs de alterne acompañando a Luis Folledo, un boxeador de los pesos medios que veía por entonces eclipsarse su estrella, como se eclipsó también la que me había llevado a Madrid.

Emigré entonces a Valladolid, con la falsa promesa de trabajar en la fábrica de un hermano de mi padre, y allí empecé al mismo tiempo la carrera de Filosofía y Letras y la militancia en la Joven Guardia Roja del PCE(i), un partido marxista-leninista de corte estalinista y maoísta, del que a la postre, en 1974, nos purgaron a unos cuantos “por revisionistas y drogadictos”. De los años que pasé en Valladolid, los dos últimos trabajando también en revistas y periódicos locales, da cuenta una novelita mía titulada El buque fantasma, que ha sido denostada y combatida como si fuese una obra maestra, cosa a todas luces exagerada.

En 1975 me vine a Madrid, contratado como redactor por una revista de arte que combinaba grandísimos bombos a todo el que podía pagárselos, y dos años después, y hasta 1978, trabajé en “Encuentros con las Letras”, un programa de literatura de TVE, donde conocí a Miriam Moreno (1954), con la que vivo desde entonces. Aquella fue mi última colocación estable. Poco antes había pleiteado en la Magistratura de Trabajo, y a diferencia de mis compañeros readmitidos, yo me vi en el paro. Si lo pienso, todas las expulsiones en mi vida han sido providenciales, pero ninguna tal vez como esta, que me obligó desde entonces a ganarme la vida, es un decir, ya se entiende, con lo único que sabía hacer algo mejor, que era también lo que más me gustaba: la poesía y la literatura. En 1980 dirigí, con Juan Manuel Bonet, las Entregas de la Ventura, y, yo solo, Número, una revista de poesía de aire juanramoniano. Al poco tiempo conocí a Valentín Zapatero, y refundé con él y dirigí la editorial Trieste desde 1981 hasta 1987, y en 1989, invitado por los responsables de la editorial granadina Comares, Miguel Ángel del Arco y Mario Fernández Ayudarte, fundé y empecé a dirigir La Veleta, hasta hoy.

En 1980 nació nuestro hijo Rafael. En 1985, Guillermo. Un año antes habíamos comprado la ruina de una casa en el campo extremeño, hecho significativo en las vidas de nosotros cuatro. En la jamba de la puerta de entrada le pedimos a un cantero que escribiera este verso de las Geórgicas: Laudato ingentia rura exiguum colito (“Alaba las fincas grandes, cultiva la pequeña”).

De mi vida en Madrid, literaria o de verdad, hay abundantes testimonios en algunos libros míos, principalmente en aquellos agrupados en la obra que lleva por título Salón de pasos perdidos, que hacen ocioso tal vez alargar más este recuento.

Me gusta pasear, escribir y si ello fuese posible, una vida discreta.

Datos técnicos:

Título: Al morir don Quijote
Autor: Andrés Trapiello
Editorial: Ediciones Destino, S. A.
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta
Dimensiones: 12 x 23 cm
Páginas: 412
Fecha de publicación: octubre de 2004
ISBN: 9788423336623
Precio: 19,00 euros

Sinopsis:

(de la contraportada del libro)

Hace cuatrocientos años empezó una historia que no ha terminado aún. Es la que se cuenta en este libro. Las vidas, como la literatura, a un tiempo que propagan bajo tierra sus raíces, multiplican sus ramas hasta formar esta copiosa e intrincada novela que llamamos vida, donde la realidad y la ficción ni dicen lo que parece ni se resignan a quedarse en sus estrechos márgenes.

La corta existencia caballeresca de don Quijote no terminó un caluroso día de octubre de 1614, como algunos pueden creer. Al contrario. Fue entonces cuando empezó a dar frutos. Primero en quienes la compartieron, su sobrina, el ama, sus amigos, incluso sus enemigos, y después, hasta llegar a hoy, en quienes como nosotros lo hemos aprendido casi todo en ella. Nacie que haya sentido la llamada de la libertad y la lucha contra la injusticia puede no declararse hijo del famoso hidalgo de la Mancha. Y si don Quijote acometió por loco los molinos de viento, con sus propios molinos de viento hemos de vernos nosotros sin dejar de estar cuerdos. 

Andrés Trapiello nos ofrece la historia de todos aquellos personajes que, en la obra cervantina, se quedaron desarbolados, aunque como nosotros mismos, no renunciaran nunca a ser, pese a su carácter secundario, protagonistas de su propia vida, esto es, de su propia novela.

Mi opinión:

No me ha enganchado, ya lo he dicho. La historia se me ha hecho larga y tediosa. Los distintos hechos que acontecen me parecen forzados y no encuentro ninguna "aventura" que me divierta o emocione. Tal vez porque los protagonistas que yo recuerdo del Quijote no se parecen en nada a estos que ha inventado Trapiello. No reconozco a la sobrina, ni al ama, ni al bachiller, ni al cura, como los de la obra de Cervantes. Y por último, el final me parece tan forzado que me lo olía desde el principio.

Además, para ser Trapiello uno de esos escritores reputados, he encontrado errores lingüísticos significativos que afean bastante la obra, al menos en mi opinión. Sinceramente, no me ha gustado.

Errores, gazapos y otras cosas:

Algunas cosas que comentar. Vamos con ellas.

1. Pag. 56. Dice "ahcer". Debería decir "hacer". Errata.
2. Pag. 105. Dice "... y no por que yo viva aquí, iba a recobrar el seso y la honra...". Debería decir "... y no porque yo viva aquí, iba a recobrar el seso y la honra...". Este tema está más que comentado.
3. Pag. 112. Dice "el que tenía un tío loco". Debería decir "la que tenía un tío loco". Supongo que es una errata.
4. Pag. 130. Dice "o ofensivas". Debería decir "u ofensivas". Sin comentarios
5. Pag. 142. Es la primera vez que en un mismo párrafo de una conversación, un personaje habla indistintamente de vos, de usted y de tú a otro. Esto ocurre bastantes más veces en el libro y ya no lo apunté. Creo que hay que mantener el tratamiento para mantener coherencia.
6. Pag. 165. Dice "¿por qué tuvo su padre que morir?". Debería decir "¿por qué tuvo su madre que morir?". El padre de Antonia había desaparecido; era su madre quien había muerto.
7. Pag. 200. Dice "si no". Debería decir "sino". Ni siquiera aparece en el diccionario como expresión en desuso.
8. Pag. 227. Dice "¿cómo iba a recibirle la niña Antonia?". Debería decir "¿cómo iba a recibirla la niña Antonia?". Leísmo. Ya hemos hablado mucho de esto.
9. Pag. 271. Dice "perderlo no puede haberse perdido". Debería decir "perderlo no puede haberlo perdido" . bien "perderse no puede haberse perdido". Incoherencia.
10. Pag. 310. Dice "se inventó un subterfugio, que él encontraba pintiparados como nadie". Debería decir "se inventó un subterfugio, que él encontraba pintiparado como nadie". Supongo que es una errata la "s"  del plural.
11. Pag. 339. Dice "con mejor ganas". Debería decir "con mejor gana" o "con mejores ganas". Otra incoherencia singular-plural.


Sorteo Cuatro Esquinitas del blog Libros que voy leyendo

Un sorteo más en el blog Libros que voy leyendo. Un único ganador se llevará un ejemplar de "Cuatro esquinitas tiene mi cama" de Fernando Méndez. Si quieres participar, pincha aquí para acceder a las bases.

Sorteo "Misericordia" del blog Libros que voy leyendo

Nuevo sorteo en el blog Libros que voy leyendo. En esta ocasión se ponen en juego dos ejemplares de "Misericordia" de Jack Wolf. Si quieres participar, pincha en este enlace para acceder a las bases.

domingo, 2 de febrero de 2014

Sorteo "La hija del dibujante" del blog Adivina quién lee

Nuevo sorteo en el blog Adivina quién lee. Se sortea un ejemplar de "La hija del dibujante" de Katherine Gover. Si quieres participar, pincha aquí para acceder a las bases.


Sorteo "No pasa nada y si pasa se le saluda" del blog Estantes llenos

Sorteo en el blog Estantes llenos, en el que el ganador se llevará un ejemplar de "No pasa nada, y si pasa se le saluda" de Raquel Martos. Para participar, sólo tienes que acceder a las bases pinchando en este enlace.

sábado, 1 de febrero de 2014

Sorteo "Evelina" del blog Libros que hay que leer

Nuevo sorteo en el blog de mi querida amiga Laky Libros que hay que leer. El premio es un ejemplar de "Evelina" de Frances Burney. Si quieres participar, pincha en este enlace para acceder a las bases.

Sorteo "La última vuelta del scaife" del blog Un lector indiscreto

El blog Un lector indiscreto está de sorteo. Se ponen en juego tres ejemplares en formato digital del libro "La última vuelta del scaife" de Mercedes Pinto Maldonado. Si quieres participar, pincha aquí para acceder a las bases.

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